miércoles, 3 de abril de 2019

[ † ] Jueves del Santísimo Sacramento. 04/04/2019. Beato José Dusmet ¡ruega por nosotros!

JA
JMJ

Pax

El que los acusa es Moisés, en quien ustedes han puesto su esperanza

† Lectura del santo Evangelio según san Juan 5, 31-47

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos:
"Si me presentara como testigo de mí mismo, mi testimonio no tendría valor. Es otro el que testifica a mi favor, y su testimonio es válido.
Ustedes enviaron una comisión a preguntar a Juan, y él dio testimonio a favor de la verdad. Y no es que yo tenga necesidad de testigos humanos que testifiquen a mi favor; si digo esto, es para que ustedes se puedan salvar. Juan el Bautista era como una lámpara encendida que alumbraba; y ustedes quisieron, durante algún tiempo, alegrarse con su luz. Pero yo tengo a mi favor un testimonio de mayor valor que el de Juan. Una prueba evidente de que el Padre me ha enviado es que realizo la obra que el Padre me encargó llevar a término. También habla a mi favor el Padre que me envió, aunque ustedes nunca han oído su voz ni visto su rostro. Su palabra no ha sido aceptada por ustedes; así lo prueba el hecho de que no quieren creer en el enviado del Padre.
Estudian apasionadamente las Escrituras, pensando encontrar en ellas la vida eterna; pues bien, también las Escrituras hablan de mí; y a pesar de ello, ustedes no quieren aceptarme para que tengan vida.
Yo no busco la gloria que puedan dar los hombres. Además, los conozco muy bien y sé que no aman a Dios. Yo he venido de parte de mi Padre, pero ustedes no me aceptan; en cambio, aceptarían a cualquier otro que viniera en nombre propio.
¿Cómo van a creer ustedes, si lo que les preocupa es recibir gloria unos de los otros y no se interesan por la verdadera gloria que viene del Dios único? No piensen que voy a ser yo quien los acuse ante mi Padre; los acusará Moisés, en quien tienen puesta su esperanza. El escribió acerca de mí; por eso, si creyeran a Moisés, también me creerían a mí. Pero si no creen lo que él escribió, ¿cómo van a creer lo que yo digo?"
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos tu oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Nota: es una película protestante, por eso falta LA MADRE.

El Misterio de la Misa en 2 minutos: https://www.youtube.com/watch?v=0QCx-5Aqyrk

El que no valora una obra de arte es porque necesita cultura: https://www.youtube.com/watch?v=mTKKaT-KaKw

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu

El Gran Milagro (película completa): http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX

Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!

San Leonardo, "El GRAN tesoro oculto de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc

Audio (1/5): https://www.youtube.com/watch?v=2NjKuVnxH58

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo, pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama realmente?

Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana: 0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses" son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).

Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad", "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la Misa?

Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html

Catecismo 2181: La Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, el cuidado de niños pequeños) o dispensados por su pastor propio (cf CIC can. 1245). Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave."

 

Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa (Jn 15,22).

 

 

Misal

 

jue 4a. Sem cuaresma

Antífona de Entrada

Alégrese el corazón de los que buscan al Señor. Busquen la ayuda del Señor; busquen continuamente su presencia.

 

Oración Colecta

Oremos:
Padre lleno de amor, que nos has concedido la gracia de purificarnos con el arrepentimiento y de santificarnos haciendo el bien a los demás, ayúdanos a permanecer fieles a tus mandamientos, para llegar bien dispuestos a las festividades pascuales. 
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

 

Primera Lectura

No castigues a tu pueblo por sus maldades

Lectura del libro del Exodo 32, 7-14

En aquellos días dijo el Señor a Moisés: 
"Anda, baja del monte, porque se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Muy pronto se han apartado del camino que les señalé, pues se han fabricado un becerro de metal fundido, se están postrando ante él, le ofrecen sacrificios y repiten: "Israel, éste es tu dios, el que te sacó de Egipto"". 
El Señor añadió: 
"Me estoy dando cuenta de que ese pueblo es un pueblo terco. Déjame; voy a desahogar mi rabia contra ellos y los aniquilaré. A ti, sin embargo, te convertiré en padre de una gran nación".
Moisés suplico al Señor, su Dios, diciendo: 
"Señor, ¿por qué se va a desahogar tu rabia contra tu pueblo, al que tú sacaste de Egipto con tan gran fuerza y poder? ¿Vas a permitir que digan lo egipcios: "Los sacó con mala intención, para matarlos en las montañas y borrarlos de la superficie de la tierra?"
Calma tu enojo y arrepiéntete de haber querido hacer el mal a tu pueblo. Recuerda a Abrahán, a Isaac y a Jacob, tus servidores, a quienes juraste por tu honor y les prometiste: "Multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo y daré a sus descendientes esa tierra de la que les hablé, para que la posean en herencia perpetua"".
Y el Señor se arrepintió del mal que había querido hacer a su pueblo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 105, 19-20.21-22.23

Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.

En el Horeb se hicieron un becerro, y adoraron un ídolo fundido; así cambiaron a su Dios por la imagen de un buey que come hierba.
Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.

Olvidaron a Dios, su salvador, al que hizo portentos en Egipto, maravillas en la tierra de Cam, y prodigios en el mar Rojo.
Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.

Dios pensaba ya en aniquilarlos, pero Moisés, su elegido, se mantuvo firme ante él para apartar su furia destructora.
Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.

Aclamación antes del Evangelio

Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. 
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio

El que los acusa es Moisés, en quien ustedes han puesto su esperanza

† Lectura del santo Evangelio según san Juan 5, 31-47

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos:
"Si me presentara como testigo de mí mismo, mi testimonio no tendría valor. Es otro el que testifica a mi favor, y su testimonio es válido.
Ustedes enviaron una comisión a preguntar a Juan, y él dio testimonio a favor de la verdad. Y no es que yo tenga necesidad de testigos humanos que testifiquen a mi favor; si digo esto, es para que ustedes se puedan salvar. Juan el Bautista era como una lámpara encendida que alumbraba; y ustedes quisieron, durante algún tiempo, alegrarse con su luz. Pero yo tengo a mi favor un testimonio de mayor valor que el de Juan. Una prueba evidente de que el Padre me ha enviado es que realizo la obra que el Padre me encargó llevar a término. También habla a mi favor el Padre que me envió, aunque ustedes nunca han oído su voz ni visto su rostro. Su palabra no ha sido aceptada por ustedes; así lo prueba el hecho de que no quieren creer en el enviado del Padre.
Estudian apasionadamente las Escrituras, pensando encontrar en ellas la vida eterna; pues bien, también las Escrituras hablan de mí; y a pesar de ello, ustedes no quieren aceptarme para que tengan vida.
Yo no busco la gloria que puedan dar los hombres. Además, los conozco muy bien y sé que no aman a Dios. Yo he venido de parte de mi Padre, pero ustedes no me aceptan; en cambio, aceptarían a cualquier otro que viniera en nombre propio.
¿Cómo van a creer ustedes, si lo que les preocupa es recibir gloria unos de los otros y no se interesan por la verdadera gloria que viene del Dios único? No piensen que voy a ser yo quien los acuse ante mi Padre; los acusará Moisés, en quien tienen puesta su esperanza. El escribió acerca de mí; por eso, si creyeran a Moisés, también me creerían a mí. Pero si no creen lo que él escribió, ¿cómo van a creer lo que yo digo?"
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Oración sobre las Ofrendas

Tú, que conoces nuestra fragilidad, concédenos, Señor, que la ofrenda de este sacrificio nos purifique de nuestros pecados y nos proteja de todo mal. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

 

Prefacio

Los frutos del ayuno

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos fortaleces y recompensas, por Cristo, Señor nuestro.
Por él, 
los ángeles y arcángeles y todos los coros celestiales celebran tu gloria, unidos en común alegría. Permítenos asociarnos a sus voces cantando humildemente tu alabanza:

Antífona de la Comunión

Pondré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo, dice el Señor.

 

Oración después de la Comunión

Oremos:
Señor, que esta comunión nos purifique de todas nuestras culpas y nos proteja del pecado, para que gocemos de la plenitud salvadora de tu don. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Meditación diaria

Cuaresma. 4ª semana. Jueves

LA SANTA MISA Y LA ENTREGA PERSONAL

— El Sacrificio de Jesucristo en el Calvario. Se ofreció a Sí mismo por todos los hombres. Nuestra entrega personal.

— La Santa Misa, renovación del sacrificio de la Cruz.

— Valor infinito de la Santa Misa. Nuestra participación en el Sacrificio. La Santa Misa, centro de la vida de la Iglesia y de cada cristiano.

I. La Primera lectura de la Misa relata la intercesión de Moisés ante Yahvé para que no castigue la infidelidad de su pueblo. Aduce argumentos conmovedores: el buen nombre del Señor ante los gentiles, la fidelidad a la Alianza hecha con Abraham y sus descendientes... A pesar de las infidelidades y los desvaríos del Pueblo elegido, el Señor perdona otra vez. Es más, el amor de Dios por su Pueblo y, por medio de él, hacia todo el género humano alcanzará la manifestación suprema: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna1.

La entrega plena de Cristo por nosotros, que culmina en el Calvario, constituye la llamada más apremiante a corresponder a su gran amor por cada uno de nosotros. En la Cruz, Jesús consumó la entrega plena a la voluntad del Padre y el amor por todos los hombres, por cada uno: me amó y se entregó por mí2. Ante ese misterio insondable de Amor, debería preguntarme: ¿qué hago yo por Él?, ¿cómo correspondo a su Amor?

En el Calvario, Nuestro Señor, Sacerdote y Víctima, se ofrece a su Padre celestial, derramando su Sangre, que quedó entonces separada de su Cuerpo. Cumplió así, hasta el final, la voluntad del Padre.

El deseo del Padre fue que la Redención se realizara de este modo; Jesús lo acepta con amor y máxima sumisión. Este ofrecimiento interno de Sí mismo es la esencia de Su sacrificio. Es la entrega amorosa, sin límites, a la voluntad del Padre.

En todo verdadero sacrificio se dan cuatro elementos esenciales, y todos ellos se encuentran presentes en el sacrificio de la Cruz: sacerdote, víctima, ofrecimiento interior y manifestación externa del sacrificio. La manifestación externa debe ser expresión de la actitud interior. Jesús muere en la Cruz, manifestando exteriormente –a través de sus palabras y obras– su amorosa entrega interior. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu3: la misión que me encomendaste ha terminado, he cumplido tu voluntad. Él es, entonces y ahora, el Sacerdote y la Víctima: Teniendo, pues, un Sumo Pontífice, grande, que penetró en los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengamos firme la fe que profesamos. No tenemos un Sumo Pontífice que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas; antes bien, fue probado en todo, a semejanza nuestra, fuera del pecado4.

Esta ofrenda interior de Jesús da significado pleno a todos los elementos externos de su sacrificio voluntario: la crucifixión, el expolio, los insultos...

El Sacrificio de la Cruz es único. Sacerdote y Víctima son una sola y la misma divina persona: el Hijo de Dios encarnado. Jesús no fue ofrecido al Padre por Pilato o por Caifás, o por la multitud congregada a sus pies. Él fue quien se entregó a Sí mismo. En todo momento de su vida terrena, Jesús vivió en una perfecta identificación con la voluntad del Padre, pero es en el Calvario donde la entrega del Hijo alcanza su expresión suprema.

Nosotros, que queremos imitar a Jesús, que solo deseamos que nuestra vida sea reflejo de la suya, debemos preguntarnos en nuestra oración de hoy si sabemos unirnos al ofrecimiento de Jesús al Padre, con la aceptación de la voluntad de Dios, en cada momento, en las alegrías y en las contrariedades, en las cosas que ocupan cada día nuestro, en los momentos más difíciles, como puede ser el fracaso, el dolor o la enfermedad, y en los momentos fáciles en que sentimos al alma llena de gozo.

"Madre y Señora mía, enséñame a pronunciar un sí que, como el tuyo, se identifique con el clamor de Jesús ante su Padre: non mea voluntas... (Lc 22, 42): no se haga mi voluntad, sino la de Dios"5.

II. Para meditar hoy sobre la unidad que existe entre el Sacrificio de la Cruz y la Santa Misa, fijemos nuestra atención en la oblación interior que Cristo hace de Sí mismo, con una total entrega y sumisión amorosa a su Padre. La Santa Misa y el Sacrificio de la Cruz son el mismo y único sacrificio, aunque estén separados en el tiempo; se vuelve a hacer presente, no las circunstancias dolorosas y cruentas del Calvario, sino la total sumisión amorosa de Nuestro Señor a la voluntad del Padre. Ese ofrecimiento interno de Sí mismo es idéntico en el Calvario y en la Misa: es la oblación de Cristo. Es el mismo Sacerdote, la misma Víctima, la misma oblación y sumisión a la voluntad de Dios Padre; cambia la manifestación externa de esta misma entrega: en el Calvario, a través de la Pasión y Muerte de Jesús; en la Misa, por la separación sacramental, no cruenta, del Cuerpo y de la Sangre de Cristo mediante la transustanciación del pan y del vino.

El sacerdote en la Misa es únicamente el instrumento de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Cristo se ofrece a Sí mismo en cada una de las Misas del mismo modo que lo hizo en el Calvario, aunque ahora lo hace a través de un sacerdote, que actúa in persona Christi. Por eso "toda Misa, aunque sea celebrada privadamente por un sacerdote, no es acción privada, sino acción de Cristo y de la Iglesia, la cual, en el sacrificio que ofrece, aprende a ofrecerse a sí misma como sacrificio universal, y aplica a la salvación del mundo entero la única e infinita virtud redentora del sacrificio de la Cruz"6.

El mismo Cristo, en cada Misa, se ofrece manifestando la amorosa entrega a su Padre celestial, expresada ahora por la Consagración del pan y, separadamente, la Consagración del vino. Este es el momento culminante –la esencia, el núcleo– de la Santa Misa.

Nuestra oración de hoy es buen momento para examinar cómo asistimos y participamos en la Santa Misa. "¿Estáis allí con las mismas disposiciones con que la Virgen Santísima estaba en el Calvario, tratándose de la presencia de un mismo Dios y de la consumación de igual sacrificio?"7. Amor, identificación plena con la voluntad de Dios, ofrecimiento de sí mismo, afán corredentor.

III. El Sacrificio de la Misa, al ser esencialmente idéntico al Sacrificio de la Cruz, tiene un valor infinito. En cada Misa se ofrece a Dios Padre una adoración, acción de gracias y reparación infinitas, independientemente de las disposiciones concretas de quienes asisten y del celebrante, porque Cristo es el Oferente principal y la Víctima que se ofrece. Resulta, por tanto, que no existe un modo más perfecto de adorar a Dios que el ofrecimiento de la Misa, en la cual su Hijo Jesucristo es ofrecido como Víctima, actuando Él mismo como Sumo Sacerdote.

No hay tampoco un modo más perfecto de dar gracias a Dios por todo lo que es y por sus continuas misericordias para con nosotros: nada en la tierra puede resultar más grato a Dios que el Sacrificio del altar. Cada vez que se celebra la Santa Misa, a causa de la infinita dignidad del Sacerdote y de la Víctima, se repara por todos los pecados del mundo: se trata de la única perfecta y adecuada reparación, a la que debemos unir nuestros actos de desagravio. Es el único sacrificio adecuado que podemos ofrecer los hombres, y a través de él pueden cobrar un valor infinito nuestro quehacer diario, nuestro dolor y nuestras alegrías. La Santa Misa "es realmente el corazón y el centro del mundo cristiano"8. En este Santo Sacrificio "está grabado lo que de más profundo tiene la vida de cada uno de los hombres: la vida del padre, de la madre, del niño, del anciano, del muchacho y de la muchacha, del profesor y del estudiante, del hombre culto y del hombre sencillo, de la religiosa y del sacerdote. De cada uno sin excepción. He aquí que la vida del hombre se inserta, mediante la Eucaristía, en el misterio del Dios viviente"9.

Los frutos de cada Misa son infinitos, pero en nosotros se encuentran condicionados por nuestras personales disposiciones y, por ello, limitados.

Nuestra Madre la Iglesia nos invita a participar en el acto más sublime que cada día ocurre, de una forma consciente, activa y piadosa10. De un modo particular hemos de procurar estar atentos y recogidos en el momento de la Consagración; en estos instantes procuraremos penetrar en el alma de quien es a la vez Sacerdote y Víctima, en su amorosa oblación a Dios Padre, como ocurrió en el Calvario. Este Sacrificio será entonces el punto central de nuestra vida diaria, como lo es de toda la liturgia y de la vida de la Iglesia. Nuestra unión con Cristo en el momento de la Consagración será más plena cuanto más lo sea nuestra identificación con la voluntad de Dios, cuanto mayores sean nuestras disposiciones de entrega. En unión con el Hijo ofrecemos al Padre la Santa Misa, y al propio tiempo nos ofrecemos nosotros mismos por Él, con Él y en Él. Este acto de unión debe ser tan profundo y verdadero que penetre todo nuestro día e influya decisivamente en nuestro trabajo, en nuestras relaciones con los demás, en nuestras alegrías y fracasos, en todo.

Si cuando llegue la Comunión Jesús nos encuentra con estas disposiciones de entrega, de identificación amorosa con la voluntad de Dios Padre, ¿qué otra cosa hará sino derramar en nosotros el Espíritu Santo, con todos sus dones y gracias? Tenemos muchas ayudas para vivir bien la Santa Misa. Entre otras, la de los ángeles, que "siempre están allí presentes en gran número para honrar este santo misterio. Juntándonos a ellos y con la misma intención, forzosamente hemos de recibir muchas influencias favorables de esta compañía. Los coros de la Iglesia militante se unen y se juntan con Nuestro Señor, en este divino acto, para cautivar en Él, con Él y por Él, el corazón de Dios Padre, y para hacer eternamente nuestra su misericordia"11. Acudamos a ellos para evitar las distracciones, y esforcémonos en cuidar con más amor ese rato único en el que estamos participando del Sacrificio de la Cruz.

1 Jn 3, 16. — 2 Gal 2, 20. — 3 Lc 23, 46. — 4 Heb 4, 14-15. — 5 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, IV, 1. 6 Pablo VI, Enc. Mysterium Fidei, 3-IX-1965, n. 4. — 7 Santo Cura de Ars, Sermón sobre el pecado. — 8 Juan Pablo II, Homilía en el Seminario de Venegono, 21-V-1983. — 9 ídem, Homilía en la clausura del XX Congreso Eucarístico Nac. de Italia, 22-V-1983. — 10 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 48 y 11. 11 San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, Barcelona 1960, p. 97.

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Santoral               (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

Fuente: Mercaba.org
José Benito Dusmet, Beato Obispo, Abril 4  

José Benito Dusmet, Beato

Obispo de Catania

Nació en Palermo, Sicilia, Italia el 15 de agosto de 1818, en una familia aristocrática.

Fue monje y abad benedictino, y muchos acudían a él para pedirle consejo y para su dirección espiritual. Su caridad para con los pobres fue extraordinaria y acudía presuroso donde quiera que hubiera una calamidad.

Fue preconizado obispo de Catania y se entregó plenamente a todos, pero de modo especial a los más necesitados. Tuvo un cuidado y esmero especial para los sacerdotes, y promovió la vida parroquial con gran intensidad.

A pesar de su oposición, fue nombrado cardenal por el papa León XIII, pero no duró mucho en su cargo, pues su salud se deterioró rápidamente y murió dos años después el 4 de abril de 1894.

Los que lo amortajaron no encontraron en el ropero ni una sola pieza para cambiarle de ropa. Todo lo había dado para los pobres, hasta su propio pectoral y anillo..

Su pueblo lo lloró como a un padre bueno y lo veneró como a un santo.

Fue beatificado por el papa Juan Pablo II, el 25 de septiembre de 1988.

El Martirologio Romano lo festeja el 4 de Abril, pero en Catania se lo recuerda el 25 de Septiembre.

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Fuente: Franciscanos.org
Benito Moro, Santo Religioso Franciscano, Abril 4  

Benito Moro, Santo

Religioso

A este San Benito se le llama de Palermo, por la ciudad en que murió, o de San Fratello o San Filadelfo por el lugar en que nació, o también el Moro o el Negro por el color de su piel y su ascendencia africana. De joven abrazó la vida eremítica, pero más tarde pasó a la Orden franciscana. No tenía estudios, pero sus dotes naturales y espirituales de consejo y prudencia atraían a multitud de gente. Aunque hermano lego, fue, no sólo cocinero, sino también guardián de su convento y maestro de novicios.

San Benito el Moro nació en 1526 en San Fratello, antes llamado San Filadelfo, provincia de Mesina (Sicilia), de padres cristianos, Cristóbal Manassari y Diana Larcari, descendientes de esclavos negros. De adolescente Benito cuidaba el rebaño del patrón y desde entonces, por sus virtudes, fue llamado el "santo moro".

A los veintiún años entró en una comunidad de ermitaños, fundada en su región natal por Jerónimo Lanza, que vivía bajo la Regla de San Francisco. Cuando los ermitaños se trasladaron al Monte Pellegrino para vivir en mayor soledad, Benito los siguió, y a la muerte de Lanza, fue elegido superior por sus compañeros.

En 1562 Pío IV retiró la aprobación que Julio II había dado a aquel instituto e invitó a los religiosos a entrar en una Orden que ellos mismos escogieran. Benito escogió la Orden de los Hermanos Menores, y entró en el convento de Santa María de Jesús, en Palermo, fundado por el Beato Mateo de Agrigento.

Luego fue enviado al convento de Santa Ana Giuliana, donde permaneció sólo tres años. Trasladado nuevamente a Palermo, vivió allí veinticuatro años.

Al principio ejerció el oficio de cocinero con gran espíritu de sacrificio y de caridad sobrenatural. Se le atribuyeron muchos milagros.

Se le tenía en tal aprecio que en 1578, siendo religioso no sacerdote, fue nombrado superior del convento. Por tres años guió a su comunidad con sabiduría, prudencia y gran caridad. Con ocasión del Capítulo provincial se trasladó a Agrigento, donde, por la fama de su santidad, que se había difundido rápidamente, fue acogido con calurosas manifestaciones del pueblo.

Nombrado maestro de novicios, atendió a este delicado oficio de la formación de los jóvenes con tanta santidad, que se creyó que tenía el don de escrutar los corazones. Finalmente volvió a su primitivo oficio de cocinero.

Un gran número de devotos iba a él a consultarlo, entre los cuales también sacerdotes y teólogos, y finalmente el Virrey de Sicilia. Para todos tenía una palabra sabia, iluminadora, que animaba siempre al bien. Humilde y devoto, redoblaba las penitencias, ayunando y flagelándose hasta derramar sangre. Realizó numerosas curaciones. Cuando salía del convento la gente lo rodeaba para besarle la mano, tocarle el hábito, encomendarse a sus oraciones. Dócil instrumento de la bondad divina, hacía inmenso bien a favor de las almas.

En 1589 enfermó gravemente y por revelación conoció el día y hora de su muerte. Recibió los últimos sacramentos, y el 4 de abril de 1589 expiró dulcemente a la edad de 63 años, pronunciando las palabras de Jesús moribundo: "En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu". Su culto se difundió ampliamente y vino a ser el protector de los pueblos negros.

Fue canonizado por Pío VII el 24 de mayo de 1807.

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Platón, Santo Abad, Abril 4  

Platón, Santo

Abad de Bitinia

Etimológicamente significa "ancho de hombros". Viene de la lengua griega.

Elegir a Cristo Jesús supone no seguir más que uno. ¿Elegirás tú a Cristo? Tú comienza. Dale tu confianza. No esperes a que tu corazón haya cambiado: día tras día Cristo lo cambiará

Este confesor, muerto en el año 814, eligió a Cristo. No tuvo la menor duda. En abandonar muchos bienes y el porvenir halagüeño que le aguardaba para hacerse monje.

Primero estuvo en Bitinia, y a continuación pasó como abad al monasterio de Sakkoudion en Constantinopla.

Y aquí le vino el primer lío. Resulta que el emperador Constantino IV repudió a su mujer con el fin de casarse con una prima de san Platón.

Hubo algunos que vieron muy mal esta actitud del emperador. Sin embargo, el abad lo condenó con palabras duras. ¡Menudo atrevimiento!

Cristo actuaba en él. La verdad hace al hombre libre. A él le costó decirla 14 años de cárcel y sentirse perseguido siempre.

Una vez que fue librado, no se lo pensó dos veces. Se fue al monasterio de Studion durante algún tiempo.

Poco después, el patriarca Nicéforo lo llevó encarcelado a la isla de Oxeia, en el archipiélago de los Príncipes.

La razón de este destierro fue porque Platón no aceptaba su rápida elevación al trono patriarcal.

Vuelto al monasterio de Studion por orden del emperador Miguel I, murió tres años más tarde cantando el himno: "Yo soy la Resurrección y la Vida". Murió en el año 814.

Cuando se hace una elección por Cristo, se hace de forma definitiva.

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Fuente: Vatican.va
Cayetano Catanoso, Santo Fundador, Abril 4  

Cayetano Catanoso, Santo

Fundador de las Religiosas Verónicas de la Santa Faz

Nació en Chorio di San Lorenzo, archidiócesis de Reggio Calabria, en una familia de agricultores profundamente cristianos, el 14 de febrero de 1879. Ese mismo día fue bautizado. En 1882 recibió el sacramento de la Confirmación.

A los diez años sintió la vocación al sacerdocio y entró en el seminario arzobispal de Reggio.

Fue ordenado sacerdote el 20 de septiembre de 1902. Durante dos años fue prefecto de disciplina en el seminario. Luego, en 1904, fue nombrado párroco en una aldea, donde reinaba la pobreza, el analfabetismo, la ignorancia religiosa. Allí compartió las privaciones y sufrimientos de la gente. Fue celoso en el anuncio de la palabra de Dios y en la enseñanza de la doctrina cristiana, edificante en la celebración de los misterios divinos, asiduo en el ministerio de la Confesión, generoso con las familias necesitadas, y solícito con los enfermos. Para los jóvenes que no podían frecuentar las escuelas públicas abrió una escuela vespertina gratuita, en la que él era el maestro.

Colaboraba con los párrocos de las aldeas vecinas en la predicación y en la administración del sacramento de la Penitencia.

Era muy devoto de la santa faz de Cristo y difundió con celo esa devoción entre el pueblo, implicando a sacerdotes y laicos en el apostolado de la reparación por los pecados, especialmente de la blasfemia y la profanación de las fiestas religiosas. Con feliz intuición, unió esta devoción a la piedad eucarística: el rostro real de Cristo lo encontramos en la Eucaristía, donde se oculta bajo el blanco velo de la Hostia. En 1918 fundó la Pía unión de la Santa Faz.

Para ayudar a los jóvenes que querían ser sacerdotes pero no tenían recursos, instituyó la "Obra de los clérigos pobres".

Desde 1921 hasta 1940 fue párroco, en la ciudad de Reggio, de la iglesia de Santa María de la Purificación. Allí desempeñó una actividad aún más intensa y más amplia. Se dedicaba en especial a la catequesis, las misiones populares, el ministerio de la Confesión, la asistencia a los pobres, a los enfermos y a los perseguidos por asociaciones criminales. Fomentaba con empeño el culto a la Eucaristía y promovía las vocaciones sacerdotales. Además, fue director espiritual en el seminario arzobispal, capellán de hospitales, confesor en casas religiosas y en cárceles, y canónigo penitenciario de la catedral.

En 1934 fundó las religiosas Verónicas de la Santa Faz, para propagar la devoción que constituía el fulcro de su espiritualidad y para ayudar a los sacerdotes más necesitados en las parroquias más perdidas y abandonadas. En 1953 la congregación recibió la aprobación canónica.

La misa, celebrada diariamente, y la adoración frecuente del santísimo Sacramento fueron el alma de su sacerdocio y el apoyo de su apostolado. Cultivó una devoción filial a la Virgen María, que irradió a sus religiosas y al pueblo fiel. Desde niño aprendió a rezar el rosario todos los días y lo siguió haciendo hasta su muerte.

Practicó el sacrificio, la mortificación y la penitencia. Aceptó con paciencia las enfermedades y la ceguera que lo afligió en la última etapa de su vida. En 1929 se había ofrecido como víctima al Corazón de Cristo, anhelando completar en su carne lo que faltaba a los padecimientos de Cristo en favor de su cuerpo, que es la Iglesia.

Se preparó con gran serenidad al encuentro definitivo con el Señor, que tuvo lugar el 4 de abril de 1963, en Reggio, en la casa madre de la congregación que había fundado.

Fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 4 de mayo de 1987 y canonizado por S.S. Benedicto XVI el 25 de Octubre de 2005.

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26 de Abril
(4 de abril en Perú)

San Isidoro
Doctor de la Iglesia, Arzobispo de Sevilla
(año 636)

Isidoro significa: "Regalo de la divinidad (Isis: divinidad. Doro: regalo).

Nació en Sevilla en el año 556. Era el menor de cuatro hermanos, todos los cuales fueron santos y tres de ellos obispos. San Leandro, San Fulgencio y Santa Florentina se llamaron sus hermanos.

Su hermano mayor, San Leandro, que era obispo de Sevilla, se encargó de su educación obteniendo que Isidoro adquiriera el hábito o costumbre de dedicar mucho tiempo a estudiar y leer, lo cual le fue de gran provecho para toda la vida.

Al morir Leandro, lo reemplazó Isidoro como obispo de Sevilla, y duró 38 años ejerciendo aquel cargo, con gran brillo y notables éxitos.

Isidoro fue el obispo más sabio de su tiempo en España. Poseía la mejor biblioteca de la nación. Escribió varios libros que se hicieron famosos y fueron muy leídos por varios siglos como por ej. Las Etimologías, que se pueden llamar el Primer Diccionario que se hizo en Europa. También escribió La Historia de los Visigodos y biografías de hombres ilustres.

San Isidoro es como un puente entre la Edad Antigua que se acababa y la Edad Media que empezaba. Su influencia fue muy grande en toda Europa y especialísimamente en España, y su ejemplo llevó a muchos a dedicar sus tiempos libres al estudio y a las buenas lecturas.

Fue la figura principal en el Concilio de Toledo (año 633) del cual salieron leyes importantísimas para toda la Iglesia de España y que contribuyeron muy fuertemente a mantener firme la religiosidad en el país.

Se preocupaba mucho porque el clero fuera muy bien instruido y para eso se esforzó porque en cada diócesis hubiera un colegio para preparar a los futuros sacerdotes, lo cual fue como una preparación a los seminarios que siglos más tarde se iban a fundar en todas partes.

Dice San Ildefonso que "la facilidad de palabra era tan admirable en San Isidoro, que las multitudes acudían de todas partes a escucharle y todos quedaban maravillados de su sabiduría y del gran bien que se obtenía al oír sus enseñanzas".

Su amor a los pobres era inmenso, y como sus limosnas eran tan generosas, su palacio se veía continuamente visitado por gentes necesitadas que llegaban a pedir y recibir ayudas. De todas las ciencias la que más le agradaba y más recomendaba era el estudio de la Sagrada Biblia, y escribió unos comentarios acerca de cada uno de los libros de la S. Biblia. Cuando sintió que iba a morir, pidió perdón públicamente por todas las faltas de su vida pasada y suplicó al pueblo que rogara por él a Dios. A los 80 años de edad murió, el 4 de abril del año 636.

La Santa Sede de Roma lo declaró "Doctor de la Iglesia".

Benedicto XVI:

 

Queridos hermanos y hermanas: Hoy quisiera hablar de san Isidoro de Sevilla: era hermano menor de Leandro, obispo de Sevilla, y gran amigo del Papa Gregorio Magno. Esta observación es importante, pues constituye un elemento cultural y espiritual indispensable para comprender la personalidad de Isidoro. En efecto, le debe mucho a Leandro, persona muy exigente, estudiosa y austera, que había creado en torno a su hermano menor un contexto familiar caracterizado por las exigencias ascéticas propias de un monje y por los ritmos de trabajo exigidos por una seria entrega al estudio.

 

Además, Leandro se había preocupado por disponer lo necesario para afrontar la situación político-social del momento: en aquellas décadas los visigodos, bárbaros y arianos, habían invadido la península ibérica y se habían adueñado de los territorios que pertenecían al Imperio Romano.

 

Era necesario conquistarlos a la romanidad y al catolicismo. La casa de Leandro y de Isidoro contaba con una biblioteca sumamente rica de obras clásicas, paganas y cristianas. Isidoro, que sentía la atracción tanto de unas como de otras, aprendió bajo la responsabilidad de su hermano mayor una disciplina férrea para dedicarse a su estudio, con discernimiento.    En la sede episcopal de Sevilla se vivía, por tanto, en un clima sereno y abierto.

 

Lo podemos deducir a partir de los intereses culturales y espirituales de Isidoro, tal y como emergen de sus mismas obras, que comprenden un conocimiento enciclopédico de la cultura clásica pagana y un conocimiento profundo de la cultura cristiana. De este modo se explica el eclecticismo que caracteriza la producción literaria de Isidoro, el cual pasa con suma facilidad de Marcial a Agustín, de Cicerón a Gregorio Magno.

 

La lucha interior que tuvo que afrontar el joven Isidoro, que se convirtió en sucesor del hermano Leandro en la cátedra episcopal de Sevilla, en el año 599, no fue ni mucho menos fácil. Quizá se debe a esta lucha constante consigo mismo la impresión de un exceso de voluntarismo que se percibe leyendo las obras de este gran autor, considerado como el último de los padres cristianos de la antigüedad.

 

Pocos años después de su muerte, que tuvo lugar en el año 636, el Concilio de Toledo (653) le definió: "Ilustre maestro de nuestra época, y gloria de la Iglesia católica".   Isidoro fue, sin duda, un hombre de contraposiciones dialécticas acentuadas. E incluso, en su vida personal, experimentó un conflicto interior permanente, sumamente parecido al que ya habían vivido san Gregorio Magno y san Agustín, entre el deseo de soledad, para dedicarse únicamente a la meditación de la Palabra de Dios, y las exigencias de la caridad hacia los hermanos de cuya salvación se sentía encargado, como obispo.

 

Por ejemplo, sobre los responsables de la Iglesia escribe: "El responsable de una Iglesia (vir ecclesiasticus) por una parte tiene que dejarse crucificar al mundo con la mortificación de la carne, y por otra, tiene que aceptar la decisión del orden eclesiástico, cuando procede de la voluntad de Dios, de dedicarse al gobierno con humildad, aunque no quisiera hacerlo" (Libro de las Sentencias III, 33, 1: PL 83, col. 705 B).

 

Y añade un párrafo después: "Los hombres de Dios (sancti viri) no desean ni mucho menos dedicarse a las cosas seculares y gimen cuando, por un misterioso designio divino, se les encargan ciertas responsabilidades... Hacen todo lo posible para evitarlas, pero aceptan aquello que no quisieran y hacen lo que habrían querido evitar. Entran así en el secreto del corazón y allí, adentro, tratan de comprender qué es lo que les pide la misteriosa voluntad de Dios.

 

Y cuando se dan cuenta de que tienen que someterse a los designios de Dios, agachan la cabeza del corazón bajo el yugo de la decisión divina" (Libro de las Sentencias III, 33, 3: PL 83, col. 705-706).   Para comprender mejor a Isidoro es necesario recordar, ante todo, la complejidad de las situaciones políticas de su tiempo, que antes mencionaba: durante los años de la niñez había tenido que experimentar la amargura del exilio.

 

A pesar de ello, estaba lleno de entusiasmo: experimentaba la pasión de contribuir a la formación de un pueblo que encontraba finalmente su unidad, tanto a nivel político como religioso, con la conversión providencial del heredero al trono, el visigodo Ermenegildo, del arrianismo a la fe católica.    Sin embargo, no hay que minusvalorar la enorme dificultad que supone afrontar de manera adecuada los problemas sumamente graves, como los de las relaciones con los herejes y con los judíos.

 

Toda una serie de problemas que resultan también hoy muy concretos, si pensamos en lo que sucede en algunas regiones donde parecen replantearse situaciones muy parecidas a las de la península ibérica del siglo VI.    La riqueza de los conocimientos culturales de que disponía Isidoro le permitía confrontar continuamente la novedad cristiana con la herencia clásica grecorromana. Más que el don precioso de la síntesis, parece que tenía el de la collatio, es decir, la recopilación, que se expresaba en una extraordinaria erudición personal, no siempre tan ordenada como se hubiera podido desear.    En todo caso, hay que admirar su preocupación por no dejar de lado nada de lo que la experiencia humana produjo en la historia de su patria y del mundo. No hubiera querido perder nada de lo que el ser humano aprendió en las épocas antiguas, ya fueran éstas paganas, judías o cristianas.

 

Por tanto, no debe sorprender el que, al perseguir este objetivo, no lograra transmitir adecuadamente, como él hubiera querido, los conocimientos que poseía, a través de las aguas purificadoras de la fe cristiana. Sin embargo, según las intenciones de Isidoro, las propuestas que presenta siempre están en sintonía con la fe católica, defendida por él con firmeza.    Percibe la complejidad en la discusión de los problemas teológicos y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa. Esto ha permitido a creyentes a través de los siglos hasta nuestros días servirse con gratitud de sus definiciones.  Un ejemplo significativo en este sentido es la enseñanza de Isidoro sobre las relaciones entre vida activa y vida contemplativa.

 

Escribe: "Quienes tratan de lograr el descanso de la contemplación tienen que entrenarse antes en el estadio de la vida activa; de este modo, liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar ese corazón puro que permite ver a Dios" (Diferencias II, 34, 133: PL 83, col 91A).    El realismo de auténtico pastor le convence del riesgo que corren los fieles de vivir una vida reducida a una sola dimensión. Por este motivo, añade: "El camino intermedio, compuesto por una y otra forma de vida, resulta normalmente el más útil para resolver esas cuestiones, que con frecuencia se agudizan con la opción por un sólo tipo de vida; sin embargo, son mejor moderadas por una alternancia de las dos formas" (o.c., 134: ivi, col 91B).   Isidoro busca la confirmación definitiva de una orientación adecuada de vida en el ejemplo de Cristo y dice: "El Salvador Jesús nos ofreció el ejemplo de la vida activa, cuando durante el día se dedicaba a ofrecer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la noche dedicado a la oración" (o.c. 134: ivi).

 

A la luz de este ejemplo del divino Maestro, Isidoro ofrece esta precisa enseñanza moral: "Por este motivo, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación, sin negarse a la vida activa. Comportarse de otra manera no sería justo. De hecho, así como hay que amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Es imposible, por tanto, vivir sin una ni otra forma de vida, ni es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra" (o.c., 135: ivi, col 91C).    Considero que esta es la síntesis de una vida que busca la contemplación de Dios, el diálogo con Dios en la oración y en la lectura de la Sagrada Escritura, así como la acción al servicio de la comunidad humana y del prójimo. Esta síntesis es la lección que nos deja el gran obispo de Sevilla a los cristianos de hoy, llamados a testimoniar a Cristo al inicio del nuevo milenio.

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com

 

Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/

 

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