JMJ
Pax
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 40-45
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso y le suplicó de rodillas:
"Si quieres, puedes limpiarme".
Jesús, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo:
"¡Quiero, queda limpio!"
Inmediatamente le desapareció la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad:
"No se lo digas a nadie; vete, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les conste que has quedado sano".
El, sin embargo, tan pronto como se fue, comenzó a divulgar entusiasmado lo ocurrido, de modo que Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que quedarse fuera, en lugares solitarios, y aún así seguían acudiendo a él de todas partes.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Suplicamos tu oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa!
Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
Nota: es una película protestante, por eso falta LA MADRE.
Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu
El Gran Milagro (película completa): http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX
Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!
"El GRAN tesoro oculto de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc
Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo, pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama realmente?
Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana: 0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses" son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).
Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad", "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la Misa?
Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html
Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.
† Misal
6o. Dom Ord Ciclo B antes Cuaresma
Antífona de Entrada
Sírveme de defensa, Dios mío, de roca y fortaleza salvadoras; y pues eres mi baluarte y mi refugio, acompáñame y guíame.
Oración Colecta
Oremos:
Señor nuestro, que prometiste venir y hacer tu morada en los corazones rectos y sinceros, concédenos la rectitud y sinceridad de vida que nos hagan dignos de esa presencia tuya.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura
El leproso vivirá solo, fuera del campamento
Lectura del libro del Levítico 13, 1-2.44-46
El Señor dijo a Moisés y a Aarón:
"Cuando alguno tenga en la piel un tumor, una úlcera o mancha reluciente, y se le forme en la piel una llaga como de lepra será llevado al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos sacerdotes. Se trata de un leproso, y el sacerdote lo declarará impuro.
El leproso llevará las vestiduras rasgadas, los cabellos revueltos y la barba rapada, e irá gritando: "¡Impuro, impuro!" Mientras le dure la lepra, será impuro. Vivirá aislado y tendrá su morada fuera del campamento".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Sal 31, 1-2.5.11
Perdona, Señor, nuestros pecados.
Dichoso el que fue absuelto de su culpa y a quien se perdonó su pecado. Dichoso el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta su falta y en cuyo espíritu no hay engaño.
Perdona, Señor, nuestros pecados.
Pero reconocí ante ti mi pecado, no te oculté mi falta; pensé: "Confesaré al Señor mis culpas". Y tú perdonaste mi falta y mi pecado.
Perdona, Señor, nuestros pecados.
Alégrense, justos, y regocíjense con el Señor, den gritos de felicidad los rectos de corazón.
Perdona, Señor, nuestros pecados.
Segunda Lectura
Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 10, 31-33; 11, 1
Hermanos: Ya coman, ya beban, o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios. Y no sean ocasión de pecado ni para judíos, ni para paganos, ni para la Iglesia de Dios; hagan como yo, que procuro dar gusto a todos en todo, sin buscar mi propio interés, sino el de los demás, para que se salven.
Traten de imitarme, como yo imito a Cristo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes de Evangelio
Aleluya, aleluya.
Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
Aleluya.
Evangelio
Se le quitó la lepra y quedó limpio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 40-45
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso y le suplicó de rodillas:
"Si quieres, puedes limpiarme".
Jesús, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo:
"¡Quiero, queda limpio!"
Inmediatamente le desapareció la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad:
"No se lo digas a nadie; vete, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les conste que has quedado sano".
El, sin embargo, tan pronto como se fue, comenzó a divulgar entusiasmado lo ocurrido, de modo que Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que quedarse fuera, en lugares solitarios, y aún así seguían acudiendo a él de todas partes.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración de los Fieles
Celebrante:
Imploremos, hermanos y hermanas, al Dios de misericordia y pidámosle su ayuda para poder invocar su nombre con sentimientos que le agraden:
(Respondemos a cada petición: Te lo pedimos, Señor).
Por la paz de todo el mundo, por la prosperidad de las santas Iglesias y por la unión de todos los seres humanos, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Por nuestros gobernantes, para que bajo su dirección tengamos una vida feliz y pacífica, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Por la conservación de la naturaleza, por la abundancia de las cosechas y por el progreso del mundo, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Por nuestros familiares y amigos que han muerto en la esperanza de la resurrección, para que Dios les conceda el reposo eterno, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Celebrante:
Escucha, Señor, nuestras oraciones, líbranos del pecado que divide y de las discriminaciones que degradan; haz que sepamos ver siempre en el rostro del leproso, del pobre y del desvalido la imagen sangrante de Cristo en la cruz, para que así nos dispongamos a colaborar en la obra de la redención humana y a proclamar ante los seres humanos tu misericordia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Oración sobre las Ofrendas
Que este sacrificio, Señor, que vamos a ofrecerte, nos purifique y nos renueve; concédenos tu ayuda para obtener la recompensa eterna, prometida a quienes cumplen tu voluntad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio
Las maravillas de la creación
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque creaste el universo entero, estableciste el continuo retorno de las estaciones, y al hombre, formado a tu imagen y semejanza, sometiste las maravillas del mundo, para que, en nombre tuyo, dominara la creación, y, al contemplar tus grandezas, en todo momento te alabara, por Cristo, Señor nuestro.
A quien cantan los ángeles y los arcángeles, proclamando sin cesar:
Antífona de la Comunión
El Señor colmó el deseo de su pueblo: comieron y quedaron satisfechos.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Señor, aviva cada vez más en nosotros el deseo de recibir este pan eucarístico, por medio del cual nos comunicas tú la vida verdadera.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén
† Meditación diaria
Sexto Domingo
ciclo b
LA LEPRA DEL PECADO
— El Señor viene a curar nuestros males más profundos. Curación de un leproso.
— La lepra, imagen del pecado. Los sacerdotes perdonan los pecados in persona Christi.
— Apostolado de la Confesión.
I. La curación de un leproso que narra el Evangelio de la Misa1 debió de conmover mucho a las gentes y fue objeto frecuente de predicación en la catequesis de los Apóstoles. Así nos lo hace ver el hecho de ser recogido con tanto detalle por tres Evangelistas. De ellos, San Lucas precisa que el milagro se realizó en una ciudad, y que la enfermedad se encontraba ya muy avanzada: estaba todo cubierto de lepra2, nos dice.
La lepra era considerada entonces como una enfermedad incurable. Los miembros del leproso eran invadidos poco a poco, y se producían deformaciones en la cara, en las manos, en los pies, acompañadas de grandes padecimientos. Por temor al contagio, se les apartaba de las ciudades y de los caminos. Como se lee en la Primera lectura de la Misa3, se les declaraba por este motivo legalmente impuros, se les obligaba a llevar la cabeza descubierta y los vestidos desgarrados, y habían de darse a conocer desde lejos cuando pasaban por las cercanías de un lugar habitado. Las gentes huían de ellos, incluso los familiares; y en muchos casos se interpretaba su enfermedad como un castigo de Dios por sus pecados. Por estas circunstancias, extraña ver a este leproso en una ciudad. Quizá ha oído hablar de Jesús y lleva tiempo buscando la ocasión para acercarse a Él. Ahora, por fin, le ha encontrado y, con tal de hablarle, incumple las tajantes prescripciones de la antigua ley mosaica. Cristo es su esperanza, su única esperanza.
La escena debió de ser extraordinaria. Se postró el leproso ante Jesús, y le dijo: Señor, si quieres puedes limpiarme. Si quieres... Quizá se había preparado un discurso más largo, con más explicaciones..., pero al final todo quedó reducido a esta jaculatoria llena de sencillez, de confianza, de delicadeza: Si vis, potes me mundare, si quieres, puedes... En estas pocas palabras se resume una oración poderosa. Jesús se compadeció; y los tres Evangelistas que relatan el suceso nos han dejado el gesto sorprendente del Señor: extendió la mano y le tocó. Hasta ahora todos los hombres habían huido de él con miedo y repugnancia, y Cristo, que podía haberle curado a distancia –como en otras ocasiones–, no solo no se separa de él, sino que llegó a tocar su lepra. No es difícil imaginar la ternura de Cristo y la gratitud del enfermo cuando vio el gesto del Señor y oyó sus palabras: Quiero, queda limpio.
El Señor siempre desea sanarnos de nuestras flaquezas y de nuestros pecados. Y no tenemos necesidad de esperar meses ni días para que pase cerca de nuestra ciudad, o junto a nuestro pueblo... Al mismo Jesús de Nazaret que curó a este leproso le encontramos todos los días en el Sagrario más cercano, en la intimidad del alma en gracia, en el sacramento de la Penitencia. "Es Médico y cura nuestro egoísmo, si dejamos que su gracia penetre hasta el fondo del alma. Jesús nos ha advertido que la peor enfermedad es la hipocresía, el orgullo que lleva a disimular los propios pecados. Con el Médico es imprescindible una sinceridad absoluta, explicar enteramente la verdad y decir: Domine, si vis, potes me mundare (Mt 8, 2), Señor, si quieres –y Tú quieres siempre–, puedes curarme. Tú conoces mi flaqueza; siento estos síntomas, padezco estas otras debilidades. Y le mostramos sencillamente las llagas; y el pus, si hay pus"4; todas las miserias de nuestra vida.
Hoy debemos recordar que las mismas flaquezas y debilidades pueden ser la ocasión para acercarnos más a Cristo, como le ocurrió a este leproso. Desde aquel momento sería ya un discípulo incondicional de su Señor. ¿Nos acercamos nosotros con estas disposiciones de fe y de confianza a la Confesión? ¿Deseamos vivamente la limpieza del alma? ¿Cuidamos con esmero la frecuencia con que hayamos previsto recibir este sacramento?
II. Los Santos Padres vieron en la lepra la imagen del pecado5 por su fealdad y repugnancia, por la separación de los demás que ocasiona... Con todo, el pecado, aun el venial, es incomparablemente peor que la lepra por su fealdad, por su repugnancia y por sus trágicos efectos en esta vida y en la otra. "Si tuviésemos fe y si viésemos un alma en estado de pecado mortal, nos moriríamos de terror"6. Todos somos pecadores, aunque por la misericordia divina estemos lejos del pecado mortal. Es una realidad que no debemos olvidar; y Jesús es el único que puede curarnos; solo Él.
El Señor viene a buscar a los enfermos, y Él es quien únicamente puede calibrar y medir con toda su tremenda realidad la ofensa del pecado. Por eso nos conmueve su acercamiento al pecador. Él, que es la misma Santidad, no se presenta lleno de ira, sino con gran delicadeza y respeto. "Así es el estilo de Jesús, que vino a dar cumplimiento, no a destruir.
"Al sanar, al curar de la lepra, el Señor realiza grandes signos. Estos signos servían para manifestar la potencia de Dios ante las enfermedades del alma: ante el pecado. La misma reflexión se desarrolla en el Salmo responsorial, que proclama precisamente la bienaventuranza del perdón de los pecados: Dichoso el que ha sido absuelto de su culpa... (Sal 31, 1). Jesús sana de la enfermedad física, pero al mismo tiempo libera del pecado. Se revela de esta forma como el Mesías anunciado por los Profetas, que tomó sobre Sí nuestras enfermedades y asumió nuestros pecados (cfr. Is 53, 3-12) para liberarnos de toda enfermedad espiritual y material (...). Así, pues, un tema central de la liturgia de hoy es la purificación del pecado, que es como la lepra del alma"7.
Jesús nos dice que ha venido para eso: para perdonar, para redimir, para librarnos de esa lepra del alma, del pecado. Y proclama su perdón como signo de omnipotencia, como señal de un poder que solo Dios mismo puede ejercer8. Cada Confesión es expresión del poder y de la misericordia de Dios; los sacerdotes ejercitan este poder no en virtud propia, sino en nombre de Cristo –in persona Christi–, como instrumentos en manos del Señor. "Jesús nos identifica de tal modo consigo en el ejercicio de los poderes que nos confirió –decía Juan Pablo II a los sacerdotes–, que nuestra personalidad es como si desapareciese delante de la suya, ya que Él es quien actúa por medio de nosotros (...). Es el propio Jesús quien, en el sacramento de la Penitencia, pronuncia la palabra autorizada y paterna: Tus pecados te son perdonados"9. Oímos a Cristo en la voz del sacerdote.
En la Confesión nos acercamos, con veneración y agradecimiento, al mismo Cristo; en el sacerdote debemos ver a Jesús, el único que puede sanar nuestras enfermedades. ""Domine!" –¡Señor!–, "si vis, potes me mundare" si quieres, puedes curarme.
"—¡Qué hermosa oración para que la digas muchas veces con la fe del leprosito cuando te acontezca lo que Dios y tú y yo sabemos! —No tardarás en sentir la respuesta del Maestro: "volo, mundare!" —quiero, ¡sé limpio!"10. Jesús nos trata con suprema delicadeza y amor cuando más necesitados nos encontramos a causa de las faltas y pecados.
III. Hemos de aprender de este leproso: con su sinceridad se pone delante del Señor, e hincándose de rodillas11 reconoce su enfermedad y pide que le cure.
Le dijo el Señor al leproso: Quiero, queda limpio. Y al momento desapareció de él la lepra y quedó limpio. Nos imaginamos la inmensa alegría del que hasta ese momento era leproso. Tanto fue su gozo que, a pesar de la advertencia del Señor, comenzó a proclamar y divulgar por todas partes la noticia del bien inmenso que había recibido. No se pudo contener con tanta dicha para él solo, y siente la necesidad de hacer partícipes a todos de su buena suerte.
Esta ha de ser nuestra actitud ante la Confesión. Pues en ella también quedamos libres de nuestras enfermedades, por grandes que pudieran ser. Y no solo se limpia el pecado; el alma adquiere una gracia nueva, una juventud nueva, una renovación de la vida de Cristo en nosotros. Quedamos unidos al Señor de una manera particular y distinta. Y de ese ser nuevo y de esa alegría nueva que encontramos en cada Confesión hemos de hacer partícipes a quienes más apreciamos, y a todos. No nos debe bastar el haber encontrado al Médico, debemos hacer llegar la noticia, a través de nuestro apostolado personal, a muchos que no saben que están enfermos o que piensan que sus males son incurables. Llevar a muchos a la Confesión es uno de los grandes encargos que Cristo nos hace en estos momentos en que verdaderas multitudes se han alejado de aquello que más necesitan: el perdón de sus pecados.
En ocasiones, tendremos que comenzar por una catequesis elemental, aconsejándoles quizá libros de fácil lectura y explicándoles, con un lenguaje que entiendan, los puntos fundamentales de la fe y de la moral. Les ayudaremos a ver que su tristeza y su vacío interior provienen de la ausencia de Dios en sus vidas. Con mucha comprensión les facilitaremos incluso el modo de hacer un examen de conciencia profundo, y les animaremos a que acudan al sacerdote, quizá el mismo con el que nosotros nos confesamos habitualmente, a que sean sencillos y humildes y cuenten todo lo que les aleja del Señor, que les está esperando. Nuestra oración, el ofrecer por ellos horas de trabajo y alguna mortificación, el confesarnos nosotros mismos con la frecuencia que tengamos prevista, atraerá de Dios nuevas gracias eficaces para esas personas que deseamos se acerquen al sacramento, a Cristo mismo.
Aquel día fue inolvidable para el leproso. Cada encuentro nuestro con Cristo es también inolvidable, y nuestros amigos, a quienes hemos ayudado en su caminar hasta Dios, jamás olvidarán la paz y la alegría de su encuentro con el Maestro. Y se convertirán a su vez en apóstoles que propagan la Buena Nueva, la alegría de confesarse bien. Nuestra Madre Santa María nos concederá, si acudimos a Ella, el gozo y la urgencia de comunicar los grandes bienes que el Señor –Padre de las Misericordias– nos ha dejado en este sacramento.
1 Mc 1, 40-45. — 2 Lc 5, 12. — 3 Lev 13, 1-2; 44-46. — 4 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 93. — 5 Cfr. San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 25, 2. — 6 Santo Cura de Ars, citado por Juan XXIII en Carta Sacerdotii nostri primordia. — 7 Juan Pablo II, Homilía 17-II-1985. — 8 Cfr. Mt 9, 2 ss. — 9 Juan Pablo II, Homilía en el estadio de Maracaná, Río de Janeiro, 2-VII-1980. — 10 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 142. — 11 Mc 1, 40.
3er domingo de san José JOSÉ, EL ESPOSO DE MARÍA — Matrimonio entre San José y Nuestra Señora. El "guardián de su virginidad". — El amor purísimo de José. — La paternidad del Santo Patriarca sobre Jesús. I. A todos los santos se les suele conocer por una cualidad, por una virtud en la que son especialmente modelo para los demás cristianos y en la que sobresalieron de una manera particular: San Francisco de Asís, por su pobreza; el Santo Cura de Ars es modelo del sacerdote entregado al servicio de las almas; Santo Tomás Moro se distingue por la fidelidad a sus obligaciones como ciudadano y por la fortaleza para no ceder en su fe, que le llevó al martirio... De San José nos dice San Mateo: José, el esposo de María1. De ahí le vino su santidad y su misión en la vida. Nadie, excepto Jesús, quiso tanto a Nuestra Señora, nadie la protegió mejor. Ningún otro ha gastado su vida por el Salvador como lo hizo San José. La Providencia quiso que Jesús naciera en el seno de una familia verdadera. José no fue un mero protector de María, sino su esposo. Entre los judíos, el matrimonio constaba de dos actos esenciales, separados por un período de tiempo: los esponsales y las nupcias. Los primeros no eran simplemente la promesa de una unión matrimonial futura, sino que constituían ya un verdadero matrimonio. El novio depositaba las arras en manos de la mujer, y se seguía una fórmula de bendición. Desde este momento la novia recibía el nombre de esposa de... La costumbre fijaba el plazo de un año como intermedio entre los esponsales y las nupcias. En ese tiempo, la Virgen recibió la visita del Ángel, y el Hijo de Dios se encarnó en su seno; a San José le fue revelado en sueños el misterio divino que se había obrado en Nuestra Señora y se le pidió que aceptara a María como esposa en su casa. "Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer (Mt 1, 24). Él la tomó en todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el Hijo que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo, demostrando de tal modo una disponibilidad de voluntad, semejante a la de María, en orden a lo que Dios le pedía por medio de su mensajero"2. Esta segunda parte era como la perfección del contrato matrimonial y entrega mutua que ya se había realizado. La esposa -según la costumbre era llevada a la casa del esposo en medio de grandes festejos y de singular regocijo3. Ante todos, el enlace era válido desde los esponsales, y su fruto reconocido como legítimo. El objeto de la unión matrimonial son los derechos que recíprocamente se otorgan los cónyuges sobre sus cuerpos en orden a la generación. Estos derechos existían en la unión de María y de José (si no hubieran existido, tampoco se hubiera dado un verdadero matrimonio), aunque ellos, de mutuo acuerdo, habían renunciado a su ejercicio; y esto, por una inspiración y gracias muy particulares que Dios derramaría sobre sus almas. La exclusión de los derechos habría anulado el matrimonio, pero no lo anulaba el propósito de no usar de tales derechos. Todo se llevó a cabo en un ambiente delicadísimo, que nosotros entendemos bien cuando lo miramos con un corazón puro. José, virgen por la Virgen, la custodió con extrema delicadeza y ternura4. Santo Tomás señala diversas razones por las cuales convenía que la Virgen estuviera casada con José en matrimonio verdadero5: para evitar la infamia de cara a los vecinos y parientes cuando vieran que iba a tener un hijo; para que Jesús naciera en el seno de una familia y fuera tomado como legítimo por quienes no conocían el misterio de su concepción sobrenatural; para que ambos encontraran apoyo y ayuda en José; para que fuera oculta al diablo la llegada del Mesías; para que en la Virgen fueran honrados a la vez el matrimonio y la virginidad... Nuestra Señora quiso a José con un amor intenso y purísimo de esposa. Ella, que le conoció bien, desea que busquemos en él apoyo y fortaleza. En María y José tienen los esposos el ejemplo acabado de lo que deben ser el amor y la delicadeza. En ellos encuentran también su imagen perfecta quienes han entregado a Dios todo su amor, indiviso corde, en un celibato apostólico o en la virginidad, vividos en medio del mundo, pues "la virginidad y el celibato por el Reino de Dios no solo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo"6. II. En Nazareth se desposaron José y María, y allí tuvo lugar el inefable misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. Con los desposorios, María recibió una dote integrada –según la costumbre7– por alguna joya de no mucho valor, vestidos y muebles. Recibió un pequeño patrimonio, en el que quizá habría un poco de terreno... Tal vez todo ello no montara mucho, pero cuando se es pobre se aprecia más. Siendo José carpintero, le prepararía los mejores muebles que había fabricado hasta entonces. Como ocurre en los pueblos no demasiado grandes, la noticia debió correr de boca en boca: "María se ha desposado con José, el carpintero". La Virgen quiso aquellos esponsales, a pesar de haber hecho entrega a Dios de su virginidad. "Lo sencillo es pensar -escribe Lagrange que el matrimonio con un hombre como José la ponía al abrigo de instancias, renovadas sin cesar, y aseguraría su tranquilidad"8. Hemos de pensar que José y María se dejaron guiar en todo por las mociones e inspiraciones divinas. A ellos, como a nadie, se les puede aplicar aquella verdad que expone Santo Tomás: "a los justos es familiar y frecuente ser inducidos a obrar en todo por inspiración del Espíritu Santo"9. Dios siguió muy de cerca aquel cariño humano entre María y José, y lo alentó con la ayuda de la gracia para dar lugar a los esponsales entre ambos. Cuando José supo que el hijo que María llevaba en su seno era fruto del Espíritu Santo, que Ella sería la Madre del Salvador, la quiso más que nunca, "pero no como un hermano, sino con un amor conyugal limpio, tan profundo que hizo superflua toda cualquier relación carnal, tan delicado que le convirtió no solo en testigo de la pureza virginal de María -virgen antes del parto, en el parto y después del parto, como nos lo enseña la Iglesia sino en su custodio"10. Dios Padre preparó detenidamente la familia virginal en la que nacería su Hijo Unigénito. No es nada probable que José fuera mucho mayor que la Virgen, como frecuentemente se le ve pintado en los lienzos, con la buena intención de destacar la perpetua virginidad de María, pues "para vivir la virtud de la castidad, no hay que esperar a ser viejo o a carecer de vigor. La pureza nace del amor y, para el amor limpio, no son obstáculos la robustez y la alegría de la juventud. Joven era el corazón y el cuerpo de San José cuando contrajo matrimonio con María, cuando supo del misterio de su Maternidad divina, cuando vivió junto a Ella respetando la integridad que Dios quería legar al mundo, como una señal más de su venida entre las criaturas"11. Ese es el amor que nosotros –cada uno en el estado en el que le ha llamado Dios– pedimos al Santo Patriarca; ese amor "que ilumina el corazón"12 para llevar a cabo con alegría la tarea que nos ha sido encomendada. III. Los Evangelios nombran a San José como padre en repetidas ocasiones13. Este era, sin duda, el nombre que habitualmente utilizaba Jesús en la intimidad del hogar de Nazareth para dirigirse al Santo Patriarca. Jesús fue considerado por quienes le conocían como hijo de José14. Y, de hecho, él ejerció el oficio de padre dentro de la Sagrada Familia: al imponer a Jesús el nombre, en la huida a Egipto, al elegir el lugar de residencia a su vuelta... Y Jesús obedeció a José como a padre: Bajó con ellos y vino a Nazareth y les estaba sujeto...15. Jesús fue concebido milagrosamente por obra del Espíritu Santo y nació virginalmente para María y para José, por voluntad divina. Dios quiso que Jesús naciera dentro de una familia y estuviera sometido a un padre y a una madre y cuidado por ellos. Y de la misma manera que escogió a María para que fuese su Madre, escogió también a José para que fuera su padre, cada uno en el terreno que le competía16. San José tuvo para Jesús verdaderos sentimientos de padre; la gracia encendió en aquel corazón bien dispuesto y preparado un amor ardiente hacia el Hijo de Dios y hacia su esposa, mayor que si se hubiera tratado de un hijo por naturaleza. José cuidó de Jesús amándole como a su hijo y adorándole como a su Dios. Y el espectáculo -que tenía constantemente ante sus ojos de un Dios que daba al mundo su amor infinito era un estímulo para amarle más y más y para entregarse cada vez más, con una generosidad sin límites. Amaba a Jesús como si realmente lo hubiera engendrado, como un don misterioso de Dios otorgado a su pobre vida humana. Le consagró sin reservas sus fuerzas, su tiempo, sus inquietudes, sus cuidados. No esperaba otra recompensa que poder vivir cada vez mejor esta entrega de su vida. Su amor era a la vez dulce y fuerte, tranquilo y ferviente, emotivo y tierno. Podemos representárnoslo tomando al Niño en sus brazos, meciéndole con canciones, acunándole para que duerma, fabricándole pequeños juguetes, estando con Él como hacen los padres, prodigándole sus caricias como actos de adoración y testimonio más profundo de afecto17. Constantemente vivió sorprendido de que el Hijo de Dios hubiera querido ser también su hijo. Hemos de pedirle que sepamos nosotros quererle y tratarle como él lo hizo. 1 Mt 1, 16. — 2 Juan Pablo II, Exhor. Apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989, 3. — 3 F. M. William, Vida de María, Herder, Barcelona 1974, p. 59 ss. — 4 Cfr. San Agustín, Tratado sobre la virginidad, 1, 4. — 5 Santo Tomás, Suma Teológica. 3, q. 29, a. 1. — 6 Juan Pablo II, Exhor. Apost. Familiaris consortio, 22-XII-1981, 16. — 7 Cfr. F. M. William, o. c., p. 66. — 8 J. Mª Lagrange, Evangile selon Saint Lucas, 3ª ed., París 1923, p. 33. — 9 Cfr. Santo Tomás, o. c., 3, q. 36, a. 5. c y ad 2. — 10 F. Suárez, José, esposo de María, Rialp, 3ª ed., Madrid 1988, p. 50. — 11 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 40. — 12 Santo Tomás, Sobre la caridad, en Escritos de catequesis, p. 205. — 13 Lc 2, 27; 33; 41; 48. — 14 Cfr. Lc 3, 23. — 15 Lc 2, 51. — 16 Cfr. José Antonio del Niño Jesús, San José, su misión, su tiempo, su vida. Centro Español de Investigaciones Josefinas, 2ª ed., Valladolid 1966, p. 137. — 17 Cfr. M. Gasnier, Los silencios de San José, Palabra, 5ª ed., Madrid 1988, pp. 137-138. |
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† Santoral (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
Fuente: Vatican.va
Miguel Sopocko, Beato Presbítero y Fundador, Febrero 15
Director espiritual de
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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Ángelo de Sansepolcro, Beato Presbítero y Ermitaño, Febrero 15
Ángelo (Scarpetti) de Sansepolcro Martirologio Romano: En Borgo San Sepolcro, en la Umbría, beato Ángel Scarpetti, presbítero de la Orden de los Eremitas de San Agustín (1306). |
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Sigfrido, San Biografía, 15 de febrero
Febrero 15
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Claudio de la Colombiére, San Confesor, 15 de febrero
Febrero 15
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Fuente: Archidiócesis de Madrid
Faustino y Jovita, Mártires Diácono y Presbítero, 15 de Febrero de 122
Diácono y Presbítero
Nacidos en Brescia (Lombardía). Son dos hermanos varones aunque el nombre del segundo nos induzca a confusión. Fueron bautizados desde pequeños y siempre estuvieron unidos por lazos aún más fuertes que los de la sangre. |
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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com
Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
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